Las Troyanas
Las Troyanas de Eurípides, habla de la tragedia de la guerra y del sufrimiento de los perdedores, con una particularidad: adopta el punto de vista de las mujeres, las que siempre se llevan la peor parte, que ven morir a sus hijos y son utilizadas como botín por parte de los vencedores. Es triste constatar cómo el hombre nunca aprende de su historia; cómo tropieza no dos, sino mil veces en la misma piedra; cómo el horror tiene el mismo rostro a lo largo de los siglos. Es por eso que está cargado de razón el tópico de que los clásicos nunca pasan de moda. Las palabras escritas por Eurípides en torno al 400 a. C. son dolorosamente actuales.
Mario Gas pone todo su oficio de hombre del teatro al servicio del duro y amargo texto de Eurípides, revisitado por Ramón Irigoyen, apoyándose en un reparto deslumbrante. Bajo la escenografía imponente que propician las Naves del Matadero, el montaje es rico en imágenes poderosas, como la de las mujeres aguardando en la playa su destino de esclavas y concubinas de los griegos, una vez que Troya ha sido vencida y los hombres, aniquilados. O como el momento terrible en que los soldados arrancan de los brazos de Andrómaca a su pequeño hijo para matarlo. Sobrecoge el trabajo de los actores, que dan el tono justo a la tragedia, sin caer en el histrionismo ni la histeria, en especial el de una portentosa Gloria Muñoz como la reina Hécuba, que se enfrenta con dignidad al negro destino que los dioses le deparan. Brillan también Anna Ycobalzeta y Mia Esteve en los papelones de Casandra y Andrómaca. En cuanto al coro, además de contribuir al “caos armónico” de personajes que requieren las escenas, es muy útil para comprender una historia en la que es fácil perderse, enredado en una maraña de dioses y semidioses, si no se tiene más que un conocimiento somero de la misma. Nos sobra un poco la escena inicial entre unos modernos Poseidón y Palas Atenea, aunque no es más que un pequeño pero en el que es, sin duda, uno de los montajes imprescindibles de la temporada.